La semana pasada hablábamos de los innumerables compromisos
sociales que se avecinan este mes. En esta ocasión, mi intención es ayudaros a
poder escaquearos de aquellos que no os sean del todo gratos o que no os
apetezcan ni lo más mínimo.
Empezando fuerte, aunque esto debe ser planeado con algo de
tiempo, la mejor excusa con la que uno se puede librar hasta de asistir incluso
a un funeral, si se diera el caso, es estar embarazada o, en su defecto, que lo
esté tu pareja. En el momento en que se nombra el estado de buena esperanza, la
comprensión irá de la mano de nuestras palabras como justificante de falta de
todas nuestras ausencias sociales. Si uno se lo plantea adecuadamente, puede
aprovechar también el nacimiento del bebé para los eventos del año siguiente.
Para ello, lo ideal sería que naciera a partir de enero.
Una buena excusa es achacar la ausencia a una enfermedad. Un
resfriado es fácil de fingir por teléfono y si le añadimos una tos de esas que
llaman perruna le daremos mucha credibilidad. De
todas formas, si no queremos andar fingiendo mucho y queremos que nos dejen
tranquilos pronto, con decir que estás hablando desde el baño y que no te
puedes levantar de la taza será suficiente. Ni siquiera irá nadie a verte.
La coincidencia de eventos es otra buena razón para rechazar
invitaciones. En este caso uno anularía al otro, así pues no voy a ninguno y me
salto dos cenas por el precio de una. En el caso de no tener eventos
coincidentes en el tiempo nos podemos inventar uno y ya tendríamos la excusa
hecha.
Irse al pueblo o estar de viaje son clásicos en las excusas
pero son bastante débiles para usarse en grandes compromisos o eventos muy
planificados. Para estos algún imprevisto de última hora en casa, con el coche
o con algún familiar cercano pueden librarnos en el tiempo de descuento, aunque
nos harían quedar bastante mal.
También
podemos obviar todo lo anterior y decir la verdad, pero eso es menos divertido.
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