De todos los eventos navideños, los más difíciles de evitar,
sin lugar a dudas, son Nochebuena y Nochevieja. Además de ser fechas realmente
especiales, socialmente hablando, el celebrarse casi íntegramente en familia
(el que tenga la suerte de
conservarla) hace que librarse de alguna de ellas sea misión casi imposible.
Rescatando la columna de la semana pasada, aquellos que
trabajen a turnos pueden tener algo más de suerte que el resto de los mortales.
Es una leyenda urbana, más real que ficticia, aquello de que médicos y
enfermeras pelean por las noches que les toca disfrutar de su familia política, dejándose libre la noche con sus
respectivas familias. Así pues un médico que cene en Nochebuena con sus suegros
luchará por estar de guardia esa noche, lo que le permitirá tener libre la
Nochevieja para disfrutar con sus hermanos y sobrinos. También se han dado
casos de personas solteras que se inventan una malísima suerte en la
distribución de turnos para salir de viaje. Por otro lado, bomberos y policías
también se podría aprovechar de esta situación aunque lo movido de estas noches
en cuanto a sucesos se refiere haga poco atractivo el cambio.
Cierto es que la parafernalia que montan algunos hacen de
estas cenas algo poco atractivo, máxime cuando hay familias que casi no
mantienen contacto durante el año y luego hacen el papel alegando al espíritu
navideño. No entiendo muy bien por qué uno no puede decir sencillamente que lo
que le apetece es irse a una casa rural con los amigos o a un retiro romántico
con su pareja. Tener que hacer obligatoriamente la ruta suegros-padres resta
interés al hecho y anima al escaqueo.
Puesto que en estos casos librarse va a ser realmente
difícil yo apostaría por llegar a última hora con una buena botella de vino que
suavice posibles reproches y salir de allí lo antes posible con la primera
excusa convincente que se nos ocurra.