23 de octubre de 2012

Escuela pública


Cada vez son más lo que alzan la voz en pos de la escuela pública. Esta semana pasada padres y alumnos de secundaria han salido a la calle para defenderla y dar muestra de que es uno de los bienes más preciados de la clase trabajadora. Me da pena cuando llaman irresponsables a aquellos padres y madres que, en su libertad de elegir secundar derechos constitucionales como los de huelga y manifestación, salen a la calle a luchar por el porvenir de sus hijos. Lo que ocurre es que para aquellos que no podemos legar a nuestros hijos nada material, una educación, además de la sanidad, de calidad y gratuita, es una herencia de la que sentirse orgulloso. La educación otorga herramientas para el desarrollo integral de la persona. Nos hace ser seres humanos independientes, con personalidad e ideas propias, capaces de decidir por nosotros mismos, de pensar, de valorar o criticar lo que tenemos alrededor, sobre todo a nuestros dirigentes. Ahora parece que eso no interesa. La reforma educativa que está lista para llegar a las aulas así lo demuestra. Da más importancia a lo que eres capaz de memorizar, a cuanto contenido eres capaz de almacenar sin importar si lo comprendes o no o si lo olvidas después del examen. Ahora si presentas alguna dificultad de aprendizaje serás apartado del resto y si te pones nervioso en alguna reválida, lo pagarás caro. Ahora, además, la excelencia será premiada. Esto, en lugar de ser algo bueno, dará pie a excluir a aquellos que presenten dificultades en momentos puntuales, lastrará sus expedientes y les excluirá, por ejemplo, de la posibilidad de obtener becas de estudio. Las materias que buscan la creatividad tienen los días contados, no se sabe muy bien si es porque lo consideran ocio o poco serias o por miedo a la propia creatividad, fuente de pensamiento independiente. En definitiva, parece que nos dirigimos de nuevo al modelo de la LGE de 1970 en la que muchos hemos estudiado y donde no importaba lo que pensabas, sino lo que memorizabas. No sé si se habrán leído el plan Bolonia que, sin ser nada del otro mundo, fomenta todo lo contrario.

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