Aquel gol de Torres en el minuto 32 en el Prater Austriaco
hace cuatro años, sumado al gol de Iniesta en Sudáfrica dos años después,
cambiaron para siempre los sentimientos que hacia los símbolos nacionales se
tenían en este país.
Uno, que sin peinar canas ya hace tiempo perdió la
posibilidad de tenerlas, ha crecido con la idea de que aquellos que portaban la
noble insignia española tendían hacia movimientos poco democráticos y miraba a
aquellos que la mostraban orgullosos una mezcla de recelo e intransigencia.
Durante mi infancia rara vez se veía a la rojigualda si no era en un edificio
oficial, y ya no hablemos del escudo que la acompaña, que no supe de él hasta
que en 8ª de EGB lo estudié en Ciencias Sociales.
Por suerte, esa bandera que representa a casi cincuenta
millones de personas ya no es patrimonio de unos pocos, sino orgullo de una
mayoría que la muestra gozosa por doquier. Balcones, ventanas, coches,
mascotas, cualquier sitio es bueno para colocar nuestra bandera y ya no tiene
porqué tener connotaciones políticas o ideológicas. Los gerentes de
establecimientos multiprecio de origen asiático (los chinos de toda la vida) grandes comerciantes, se anticiparon a todo
esto y llenaron sus estantes de banderas de todo tipo, facilitando aun más el
florecimiento de este sentimiento español.
Esta Eurocopa en Polonia y Ucrania no ha pillado
desprevenido a nadie. En cada partido son muchos los que acuden a bares y
lugares de reunión ataviados con símbolos
de la que ahora llaman la roja, que luego exhiben orgullosos al
finalizar el encuentro. Y raro es el que no tiene en estos tiempos una bandera,
aunque sea pequeñita, en su casa.
Después de estos quince días de torneo, después de los seis
partidos de la roja, después de ver banderas y banderas por donde quiera que
vaya, de ser testigo de cómo los telediarios cambiaban la economía por el
deporte en sus titulares, se me plantea la duda de si lo que ha surgido a raíz
de los triunfos deportivos de la selección es un sentimiento de Estado o simple
forofismo futbolístico.
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